Bla Bla Bla Goodbye Bla Bla Bla

jueves, 2 de abril de 2009

La dignidad de tu camara, la miseria de tu secreto.



Soy alérgico a la televisión, unos nacen tontos y otros desarrollamos con los años una alergia peluda a la tontuna catódica o plasmática, y en cuanto encendemos el aparatito de los cojones, coordenadas patrias por supuesto, empezamos a manifestar una mala sangre, un crujir de dientes, unos dolores de garganta y un vello en punta, que es de todo menos agradable y bello, todo un cuadro clínico digno de verse, pero eso sí de El Bosco.

Antes la cosa era diferente y lo mismo me tragaba unos documentales preciosísimos sobre la reproducción de los periquitos del Japón o sobre cómo cazan las hembras del gomorrano salvaje del Bierzo, que el culebrón de moda, que al grupito de humoristas simpatiquísimos del año, incluso he llegado a ver Ben-hur, los Diez mandamientos y hasta Verano azul, unas cuatro veces. Todo tiempo perdido por mucho que les digan los nostálgicos de Barrio Sésamo y del cromo del phoskitos, que son de esos que creen que su infancia fue lo "más" mejor, así están después las facultades de economía, informática y periodismo, fabricando imbéciles, sinvergüenzas y/o canallas desde hace lustros.

Estas últimas semanas he dejado pasar, (-no te metas, ¡no te metas!. Me decía mi grillo parlante) a "esa piriodista de himbestigación" que se puso a fumar porros y acabó en la calle, o era al revés y primero terminó en la calle y después empezó a fumar porros, o eran dos programas diferentes protagonizados por la misma cretina en la misma cadena de televisión, o la madre que los parió a todos si se creen que voy a ver un sólo minuto de semejantes "docudramas", "bobogramas" y "pobregramas" televisivos en que uno acaba rebozado en mierda con sólo asomar la cabeza a la pantalla.

La verdad es que durante esos días estaba despistado porque estuve probándome el disfraz de "ciudadano comedido y razonable"; no experimenten en sus casas tan alegremente como yo, porque es un triste papelón y porque su parecido con la figura del "tonto del ojete simpático" es sorprendentemente sospechosa; no merece la pena.


Pero hoy la cosa es diferente, y es que una vez que se cruzan ciertos límites me dan ganas de protestar, aunque sea de este modo tan inocuo como terapéutico, porque a los pobres no nos dejan quejarnos de otra manera sin que manden a la policía a calentarnos el morro, en eso precisamente esta la Sgae y la cueva de Alí Babá, cavilando cómo poder calentarnos el morro digitalmente para poder chulearnos a su gusto aún más.

Ese límite que les digo, es el que cruza y atropella un nuevo programa para tarados malparido por Antena 3 y "entitulado" "El Secreto" (fuente aquí y aquí), y comencemos con las arcadas al estilo del panfleto 20 minutos, con un buen corta y pega:


"En "El Secreto", los participantes trabajan de incógnito para asociaciones, colectivos y personas con el fin de sumergirse en sus problemas y conocer sus necesidades. Realizan labores solidarias durante los días que dura su experiencia pero también se enfrentarán a situaciones que hasta entonces les eran ajenas".



"El secreto es un programa que les cambiará la vida pero también la de muchas personas. El último día desvelarán su verdadera identidad y harán entrega de generosas donaciones que permitirá a todos aquellos con lo que ha convivido dar un giro a sus vidas."


"El primer participante en "El secreto" es el zaragozano Marcos Bellvis, nieto del inventor de la fregona. Marcos es un empresario de éxito que ha ampliado el negocio familiar a otros sectores. Durante su participación en el programa convive con una familia de escasos recursos económicos que vive en Zaragoza. Dedicará su tiempo a realizar labores solidarias en una asociación de rehabilitación de alcohólicos y toxicómanos y en un centro de discapacitados."



Está visto que ser imbécil es aún más nocivo para la sociedad que ser malvado.

No hay peor animal de bellotas que el que primero se presta a "jugar a la solidaridad" con personas que necesitan ayuda, luego intenta sorprenderles convirtiendose en príncipe azul generosamente interesado en arreglarles la vida y encima pretende que se le aplauda por tener ese espíritu tan dadivoso, esa solidaridad tan ministerial y esa sensibilidad tan a flor de piel, y todo esto para entretenimiento de cuatro mil desgraciados y para sueldo de cuatro indeseables.

Esta muy feo que sea yo el que lo diga, pero estén atentos a una cosa muy seria: cuando uno se siente inclinado a hacer eso que llaman "el bien" y además resulta que se le presenta la ocasión y puede pasar a la acción, soy de los que piensa que cuantos menos ojos vean y sepan del asunto mejor que mejor para todos; y además, por si fuera poco, ni quiero ni espero recompensas en este mundo poblado por cretinos de buenos sentimientos y caniches neuróticos, ni siquiera del beneficiado, y desde luego mucho menos de ese otro barrio hipotético poblado por chupatintas, eunucos, ministros, pedófilos y numerarios del Opus Dei. Uno debe tender la mano de la misma manera y con la misma alegría, dandole igual si le escupen a la cara que si le dan las gracias.

La camarita, nuestros nuevos ojitos atrofiados y bizcos, continuamente editados y transformados en un mensaje propagandístico, por lo tanto me sobra en todo el asunto; y no sólo me sobra sino que creo que sería muy conveniente que se la empezaran a introducir por vía rectal y a la fuerza, a tanto aficionado a chupar de la lente para pasear sus tontunas, darse un bañito de fama o, como en este caso, jugar al filántropo aventurero solidario con el habitante de la sombra de la bolsa, sean nietos de los inventores de la fregona, prostitutas metidas a cantantes, toreros metidos a actores o tanto gigoló de churreras como se ve, tanto me da porque son todos del mismo material marrón y blandito, y no es el hachís de aquella imbecil metida a periodista.

Este "secreto" me recuerda a las mejores asociaciones franquistas de señoras paseando el abrigo de visón y la huchita para los pobrecitos del Domund. Esa tenebrosa dimensión moral en que el pueblo hambriento de pan (y justicia) lo que realmente necesita es que un "empresario de éxito" (ya saben, a lo Mario Conde, a lo Madoff) le tire unas migajas desde los cielos a la letrina para que se alimente y prospere. Puro Dickens.

Ya me veo a tanto ladrón del ladrillo, tanto ingeniero de estafas y tantos arquitectos de sistemas piramidales soñando con solucinarle la vida a los pobretes de turno, yo incluido, con una limosna en forma de cesta de navidad ¡con jamón!, un empleo como conserje en la fabrica o un puesto para la nena pre-puber como aprendiz de criada y puta de los domingos en su villa de la Sierra: ¡Toda la familia contenta y la que no lo esté que se calle para no afear el capricho al señorito!.
Milana bonita...



Tantos nietos de inventores de fregonas y tantos hipócritas en busca del rédito televisivo y, quizá, ansiosos por vivir aventuritas existenciales, de esas de las que se vuelve igual, igual de sano e igual de tonto y con las mismas ganas de choteo, pero con cientos de fotos para enseñar a las amistades del cortijo, del club naútico o en las recepciones de la embajada de mongólicos profundos dedicados al expediente de regulación de empleo, me producen unos retortijones tremendos. Esa solidaridad de postín, delante de las camaritas, para que se les vea y les reconozcan en el club de golf o la madre que los parió me produce una repugnancia especialmente desagradable.

Si estos señores empresarios tienen problemas personales (¿Quién siendo nieto del inventor de la fregona,¡oh por Zeús!, no los tendría?) sería recomendable que los solucionen de una forma privada con un buen psicoterapeuta o metiendose en alguna secta destructiva de las que suelen fundar y frecuentar; y si quieren dar rienda suelta a su "humanidad más humana" tienen docenas de asociaciones serias que se dedican a todo tipo de proyectos, llamemoslo, solidarios.

Las cantantes, cupletistas y actrices de tronío adictas a la silicona, hace años que se entretienen cazando adoptando niños de países diferentes para que combinen con las cortinas de la villa y para dar "como" más exotismo a la casa; ahora si los "señores industriales" se unen al carro de la solidaridad, el buen rollo y del final feliz televisado, estamos jodidísimos.

Esperemos que aún quede dignidad en este mundo y suceda algo así:

-¡Familia mirad a la cámara!, ¡Que en realidad ni me llamo Nachete, ni soy seropositivo ni ex-heroinómano ni nada!. Ja, ja, ja, que era todo una broma: me llamo Don Manolo, estoy forrado y soy el rey del ladrillo y la cocaína colombiana. ¡A partir de ahora van a atar al perro pulgoso con longanizas porque os voy a poner a todos a picar piedra en mis obras y a limpiarme el yate!. ¿Qué os parece familia?, ¿A que soy un tio-de-puta-madre?. ¡Dadme un abrazo coño!.

-Vd. lo que es Don Manolo, es un turista de mierda. Métase sus regalos por dónde le quepan porque en esta casa somos pobres pero honrados, y de las sanguijuelas y los buitres no queremos ni los buenos días. ¡Váyase a catequizar televisivamente a su puta madre, pedazo de hijo de puta!.

Pero cada día quedan menos cojones y hay más hambre.


P.S:
Les aconsejo que echen un buen vistazo a la obra de Boris Mikhailov en la galería Saatchi (aquí); una gran persona con la que compartí, junto con una docena de individuos, una cena hace demasiados años. Con sus fotografías delante reflexionen cinco minutos sobre la diferencia entre carne y carroña, entre arte y espectáculo, y entre respeto y abuso.

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