Vean qué belleza: Los primeros besos grabados en la historia del cinematógrafo, ambos por el mafioso (y ahora además pornógrafo) de Edison:
No me digan que no son una preciosidad de videos: Esos guiños, ese atusarse el bigotazo, esa picardía, esas sonrisitas de complicidad, esa vergüenza delante de la cámara, esos abrazos...
Yo he visto el video varias veces y me he acordado de mi Santa Compaña, personal e intransferible, de besos:
Los ansiosos que buscaban en la boca un secreto que creíamos tener en la punta de la lengua pero que siempre se nos escapaba. Los de las despedidas, caramelos tristes de un adiós o un hasta siempre. Los de juguete que sirvieron para pasar el rato y preparar hogueras para pasar la noche.
Los del hastío, aquellos que parecían ser exámenes de un siniestro diploma hecho de biología, angustia y soledad. Los de la ternura compartida y la complicidad, cálidos, hermosos y llenos de la música de las risas. Los nunca recibidos, los nunca ofrecidos y los rechazados, que tan rápido se olvidan, menos los que no se olvidan. Los que apagaban las estrellas e iluminaban de colores las calaveras.
Los insípidos, incoloros y asépticos, tan aburridos y correctos como un collar de perlas cultivadas de segunda mano. El venenoso, ese que deja por primera vez deja un poso a rutina, baba de horario. Los inesperados, aquellos días de sol en invierno y aquellos fríos siberianos en pleno verano.
Los salvajes, a medio camino entre el mordisco y el aullido de placer. Los torpes, con cabezazo mutuo incluido. Los que saben a nicotina y vino...
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