jueves, 31 de diciembre de 2009
Isleños de pacotilla, putillas y mamá pupas.
Yo desde que me frecuento compruebo que tengo una inclinación bastante pronunciada por la soledad, inclinación que durante algunas temporadas se diluye y que sin embargo en otras se concentra y se acentúa; y en la soledad me pierdo, me encuentro y me disfruto con un ansia mitad caníbal, mitad onanista. No hay nada como estar mal acompañado estando sólo para contemplar la deliciosa miseria del mundo en toda su grandeza.
Así que cuando me enteré de la campaña publicitaria que ofrecía "The best job in the world" (como si los mejores trabajos no fueran, por ejemplo, de despoblador de galaxias, quintacolumnista en activo o afinador de ruiseñores) que hasta lo que yo entendí, "asín" de buenas a primeras, consistía en hacer de guarda en una isla desierta.
¡Pero qué maravilla "guardar" horizontes y arrebatos durante medio año y encima cobrando!
Y allá que te voy que me fui a informarme de semejante negocio tan provechoso.
Hasta Ivan Zulueta se apuntó, descanse en paz por cierto...
El problema, nadie da duros a cuatro pesetas que diría mi abuela, venía cuando uno empezaba a leer detenidamente la letra con menos colorines de la campaña de marketing que se habían montado: El trabajo simplemente consistía en hacer el idiota, o lo que es lo mismo, estar de vacaciones durante unos cuantos meses, hacer muchas fotos, sonreir mucho, saludar a los vecinos de la cada vez (para mi pavor) más poblada isla, atender al repartidor de Coca-cola y en general pasárselo tan macanudamente que uno se quisiera morir de placer isleño.
Ya, me dirán, para muchos sigue sin ser mal negocio, pero personalmente uno está dispuesto a ejercer de decente ermitaño pero no pasa por tener que disfrazarse de putilla, y que no se me enfaden las señoras putas que no va por ellas.
Putilla, ya sé que no ando muy fino de terminología, sería nuestro conciudadano, desgraciadamente tan numeroso en nuestros días, que ha cedido su humanidad, siempre tan molesta, a una cámara, a un "testigo", y las barracas, los arrabales, los bombardeos y hasta las islas paradisiacas pobladas por traficantes de armas millonarios por las que trota, las vive desde esa nebulosa dimensión de notario audiovisual en la que se refugian cada vez más cretinos.
Si de la atractiva promesa tácita de catábasis, vértigos, arrebatos, reflexiones con enjundia y posiblemente algún culto improvisado a algún dios marino local, pasamos a la verbena continua, la videoconferencia y las cervezas bien fresquitas comprenderán que no hace falta marcharse a la otra punta del globo para hacer el canelo. Pero claro, como hoy en día hasta se naufraga en compañía de cincuenta personas como los imbéciles de Lost, mucha gente tiende a pensar que toda experiencia personal debe ser homogenizada, pasteurizada y bien planchada para que se amolde al gusto de moda y pueda convertirse más fácilmente en un producto, o en su defecto en una campaña publicitaria de un producto.
Desgraciadamente el mundo con sus realidades, o los mundos con su realidad, nada quiere saber de los últimos experimentos de esos simpáticos simios pelones que hace demasiado tiempo que han sustituido, no ya su propia razón, sino su mismo instinto de supervivencia por el goloso principio de estupidez rampante, y ocurre lo que no está mal que ocurra de vez en cuando, que es ni más ni menos que el nene se parte los dientes porque estaba subido a una farola imitando a algún pariente más cercano que lejano. ¡Qué mala es fuerza de la gravedad!, ¡mamá pupa!
Y de "mamá pupas" están llenas las noticias, como los simpáticos cooperantes de alto copete y buena familia a los que les despide y les recibe una banda de música, amén de las medallas audiovisuales de cobre o cobro que se cuelgan, que ¡ay! ven su gozo en un pozo cuando los capturan los simpáticos exaltados locales y amenazan con hacerles filetes a menos que suelten unos millones solidarios.
Como "mamá pupas" también es el gilipollas de Ben Southall, que es the best worker in the world, al que le pica una medusa "venenosisisísima" mientras está paseando por "su" isla sus huevos y su eterna sonrisa, se monta la marimorena y lo tienen que llevar a un hospital porque se les muere o, peor aún, se les queda más tonto. Llámenme mala persona pero yo me alegro.
Tengan ustedes muy buen año 2010.