jueves, 29 de septiembre de 2011
Mis meditatio mortis en Staglieno.
(Oda a una entrada empezada hace siglos y por fin terminada)
He leído en la prensa (elijan fuente en castellano, elijan fuente en italiano) el enésimo escándalo italiano, tan italiano, con el que prácticamente cada mes o dos meses se adornan la secciones de internacionales. Al parecer, atentos al detalle: Un grupito de funcionarios genoveses, entre enterradores, inspectores y chupatintas del cementerio de Staglieno se dedicaban desde una buena temporada a sacarse un sobresueldo gracias a sus clientes, sobre todo los clientes más habituales de la casa.
Estos buenos hombres viendo que lo de llegar a fin de mes está muy achuchado decidieron montar una banda, no tiene otro nombre, y entretenerse con el tráfico de prótesis ortopédicas y dentales de sus clientes, metales que vendían a peso, sacadas de los féretros vaciados; añadiendo además los pocos escrúpulos para vaciar tumbas antes de tiempo por aquello de hacer sitio, en un cementerio abarrotado, a los nuevos inquilinos, con soborno incluido de la familia deseosa de encontrar sitio donde enterrar al fiambre familiar de cuerpo presente.
Un negocio redondo: Si de los cerdos se aprovecha todo vean Vds. todo lo que se puede sacar de un cadáver humano. Ese es el futuro: El cadáver y no tanta I+D de bífidus activos.
En un momento de mi vida anduve, es decir me patee con cierta regularidad ese cementerio. Cabe decir que el Cimitero monumentale di Staglieno es efectivamente algo monumental, no sólo impresionante por su tamaño y preciosismo, sino que además "está lleno" (esto es una broma entre amigos) lleno hasta los topes de verdaderas obras maestras de la escultura (funeraria). Prácticamente es un museo al aire libre. Un verdadero museo del morir y de las diferencias que hay entre los hombres, si ya desde vivos también después de menos vivos, verbigracia: Muertos.
Staglieno y Génova, Génova y Staglieno van de la mano y son inseparables. La república de Génova (apodada "la superva", la soberbia por despampanante), puerta donde empezó a correr las primeras letras cambio, puerto comercial abierto al mundo conocido, ciudad entregada a las cruzadas hasta la médula, donde hoy las putas (mayormente transexuales), camellos y ratas ocupan el llamado Centro histórico.
Una ciudad siempre en lucha con Venecia (dos leones, símbolo de San Marcos, saqueados a los venecianos presiden la entrada de la catedral de San Lorenzo que exhibe con mucho desparpajo el santo grial, el único y verdadero, claro) y Pisa, las luchas intestinas entre las familias poderosas (Doria, Grimaldi, Spinola...), el oro español venido de América entrando a espuertas para pagar préstamos y créditos de los grandes banqueros genoveses, un mundo aparte; pero con su epoca gloriosa, su caida, su resurgimiento industrial y su nueva decadencia.
Y no quiero hacerles un mal resumen de la vieja Génova, corramos un tupido velo de varios siglos y de muchas anécdotas apócrifas e históricas. Sin embargo es fácil, o difilcil según se vea, entender que la población burguesa de una antigua república tan poderosa se vuelque en el poderío de los ornamentos funerarios a falta de no poder competir con sus antepasados en otras ramas de la chulería artística.
La lápida como símbolo de status social, la lucha de clases en el camposanto. Delirante pero humano.
Es un caso muy especial en el que hasta gente sin posibles (¿cómo suena eso, verdad?), llegase a ahorrar toda su vida para tener su pequeña escultura en ese cementerio, la necrópolis como verdadera necrópolis, con sus "qué dirán" y sus "envidias".
Si Genova ya es un caso aparte en Italia, Staglieno es un caso rarísimo en el mundo.
Staglieno sin embargo está muy mal cuidado. Las almas de mejor voluntad alegan que "en Italia hay tanto arte que es imposible cuidarlo todo". Pero dentro del caos que supone perderse por sus calles (tiene calles, lo mismo que un servicio de microbus interior), siniestros pisos y galerías y maleza que devora lápidas de principio de siglo, la sensación de abandono es palpable.
Yo que era asiduo de Staglieno, tuve que poner un nombre a mis visitas porque mucha gente, pobres y pobras, no las entendían. Yo llamaba a esos paseos mis "meditatio mortis", que si bien no estaba la cosa muy lejos de la realidad tampoco era el término más preciso ante tanto placer estético. Es lo que sucede cuando uno comparte piso con sociólogos, que hay que rebajarse e intentar hacerles entender la función, el contexto y el contenido y continente de una acción con un sólo término con el que puedan jugar. Pobres cíclopes taxidermistas de masas.
Empezaba esas exploraciones mañaneras, generalmente en sábado (si no tenía que trabajar donde lo hacía), a veces con cierta resaca en mi cuerpo serrano, montándome en el autobús de la línea 15, la de Marassi; la que enlazaba el centro de la ciudad con la carcel, y con el cementerio
Yo la llamaba la "línea de la alegría", porque ese era precisamente el sentimiento que no transmitía: Del bullicio del centro de la ciudad y las subidas y bajadas, en pocas paradas cada vez quedaban menos personas, generalmente damas, con bultos y con un gesto como para ir a un guateque, que se quedaban en la cárcel de Marassi; y aún muchísimas menos continuaban hasta Staglieno. Dos o tres como mucho.
Yo lo primero que hacía al bajarme del autobús era ver si en uno de los muchos puestos de venta de flores estaba trabajando una chica pelirroja que era una preciosidad, un verdadero encanto, una mujer de tanta belleza que se permitía estar todas las veces que la vi con el morro torcido y el teléfono móvil echando fuego de tanto darle a la tecla. La belleza es así de estúpida, pero es belleza. Pasado este trámite llegaba a la puerta. La puerta lateral porque la principal siempre la he conocido cerrada, y solamente se abre para entierros de copetín.
Este primer momento, de la "meditatio mortis" que les decía, era muy desagradable. Por esa entrada y en esas capillas de los laterales estaban las personas muertas recientemente, y lo que es peor, sus familiares o amigos. Aquello era un contacto con la muerte "directa" que me incomodaba sobremanera por sentirme un turista en el drama ajeno. La muerte "viva", las docenas de coronas, las lágrimas y los féretros me producían una primera impresión de la muerte como "presente absoluto e inevitable" que me hacía acelerar el paso: Mitad por respeto a los familiares de los difuntos mitad por el espanto de la parca.
Esta primera "fase", perdónenme la frivolidad por favor, se iba diluyendo poco a poco con el plantel de tumbas individuales recién excavadas, tumbas pobres, sin lápidas, tumbas de paso, el fast food de las tumbas. Entonces generalmente solía torcer hacia la derecha o la izquierda y pasear por uno de los inmensos pórticos.
Allí la muerte seguía sin tener mucho sentido pero era lejana, y no sólo lejana sino que era monumental: Las esculturas funerarias, los retablos familiares, el poderío del bronce y la piedra caliza durante cientos y cientos de metros, era tan poderoso como para mantenerme en un cierto éxtasis estético.
Lo siguiente era puro callejeo. No sé cuantas veces habré estado en Staglieno (unas 20 ¿30? ) pero cada vez que iba siempre veía cosas nuevas. Simplemente me dejaba perder por sus galerías y caminos, a lo largo de sus kilómetros. Y lo de dejarme perder no es solamente una metáfora, porque en más de tres veces me perdí de tal manera que no sabía ni dónde estaba ni mucho menos cómo salir de allí.
De alguna manera deseaba vivir en alguno de esos mausoleos, verdaderas villas, pirámides (sí, piramides) y catedrales en minuatura que cuajaban toda la subida a la zona arbolada y sentía una extraña sensación, de tristeza y piedad por sentirme vivo, pero también de calma y paz. El silencio, el tiempo detenido, los olores a humedad y a verde.
"Callejeando" sin rumbo, con una sensación parecida a la nostalgia, con un cansancio que no era derrota sino plenitud, o mejor aún paz y reconciliación, has que sentía el mismísimo impulso de no querer marcharme, de quedarme allí, envuelto en ese manto de silencio y soledad, pero sabiendo que aquello no era posible, por el momento.
¡Qué cansancio volver al "mundo"! Al ruido, a las pequeñas miserias, a las calles abarrotadas, al pálpito histérico de la historia, a la nada disfrazada de algo.
Un pequeño viaje vital de una par de horas, que a un punto indeterminado, crujía y se rompía, desaparecía como había venido, el encanto, el gozo estético y las reflexiones hechas que se me antojaban pensamientos de cartón piedra. Un viaje de ida y vuelta, un turismo interior programado. Algo medido con las dosis justas para que se pueda saborear pero no envenene.
En esos momentos me gustaba acercarme al edificio donde se llevaban a cabo las cremaciones, con esa siniestra chimenea que despedía un finísimo hilo de humo blanco y con ese olor tan extraño. La soledad de un coche fúnebre aparcado en la puerta, el paso de alguna familia llorando, lo "práctico y frio" que resultaba ese rito después de ver la explosión estética, incluso el triunfo elegiaco de la muerte hecho obra de arte, me terminaba de bajar a la tierra. Y una vez aterrizado me sentía cierto asco, un asco metafísico pero sobre todo físico. Una especie de rebeldía a nivel celular, puro instinto.
Un asco pegajoso pero difuso con algo de un cansancio diferente, extraño a todos los cansancios. Entonces salía del camposanto.
Y cuando lo hacía respiraba profundamente, miraba a la vendedora de flores, al cielo, al trajín de coches. Esperaba tranquilamente mi autobús y notaba una sonrisa en mi cara y sentía las intensas ganas de comer, de follar y de tomarme una buena copa con las que siempre salía aquel lugar.
No hay mejor manera para despertar los apetitos.
Echo mucho de menos aquello. Demasiado.
P.S:
Siempre, siempre, pasaba por la tumba "inga", como yo la llamaba. La primera vez me llamó produjo mucha curiosidad por ese estilo nórdico, y no sólo germánico sino noruego e islandés, que desentonaba con la mayoría de los estilos arquitectónicos del lugar. Al leer el drama de su familia (echen cuenta a las fechas y a los nombres) solía gustar de detenerme un rato y pensar lo mucho que me hubiera gustado conocer la historia de esa familia.
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