Sudor, agonías propias de la tercera edad, apocalipsis cotidianos, música de cohetes y verbenas en la lejanía y mosquitos: Ese ha sido mi mes de agosto. ¡El horror, el horror!
Se lo digo, se lo exagero, se lo comento; primero para que comprendan mis agendas existenciales y por lo tanto mis presupuestos, segundo para que asimilen que yo no soy yo, que soy "otro" y que el "otro" tampoco es que vaya muy fino de la cabeza, pobrecito, y tercero para intentar que algo se les mueva en esa cosa que les late intermitentemente, como con vida propia, entre pecho y espalda, y no me refiero a esa ración de ensaladilla rusa del chiringuito sino a su humano coraçäo, y con suerte disfruten de los más nobles sentimientos como la compasión y la solidaridad durante unos minutos cuando piensen en mí como ahora yo pienso.
Así que hagan un esfuerzo por solidarizarse, cojones, y sepan perdonarme cuando lean el espectacular nuevo número de la revista Café Cadáver y comparen sus fabulosos y variados contenidos con mi pobre aportación, que con tanta ilusión y esperanza les dejo a escondidas encima de la barra cada mes antes de salir corriendo sin pagar la cuenta ni los vasos rotos.
Tengan a bien no tirarme piedras (sobre todo no en la cabeza), perseguirme con antorchas y/o pretender lincharme cuando después de leer dos párrafos de revelador estudio científico "entitulado" "Asterix y la juventud vasca" se indignen, rebufen y se revuelvan nerviosos en sus hogares nacionalsocialistas. La verdad es dura.
Para aquella gente dinámica y moderna que no tiene nunca tiempo para leer y todo hay que dárselo en formato audiovisual, les dejo un breve resumen cinematográfico sobre su contenido. Eso sí, si no han visto la espesísima "Day of the locust" mejor que hagan un esfuerzo de comprensión humana y lectora y se lean el texto porque estos son los últimos minutos de la película.
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