Bla Bla Bla Goodbye Bla Bla Bla

viernes, 16 de octubre de 2009

El sombrero amancebado...




Vds. perdonarán si me pongo sentimental y les cuento batallitas; ya deberían estar más que acostumbrados a ambas cosas si me siguen un poco la pista por estos pagos.

Me siento en la obligación de advertirles que hoy el grado de ambas dimensiones da una vuelta de tuerca más (¡aún!) y con la nueva etiqueta llamada "Fetiches" pueden empezar a echarse a temblar desde este momento o mejor aún, mucho mejor: No tiemblen y dediquen su tiempo a sus propios miserias y no a leer las extravagancias de un desconocido.

Yo se lo recomiendo de corazón, si a pesar de todo aún siguen aquí con su pan se lo coman que yo me lavo las manos.

El caso es que acabo de recoger del tinte mi sombrero, mi querido sombrero y lo tengo entre mis manos, o lo tenía hasta hace muy poco porque ahora estoy bailando con el ritmo de tam-tam de la tecla boba, y me he quedado maravillado por la avalancha de recuerdos compartidos con este objeto tan preñado de memoria y sentido para mí.

Recuerden la fabulosa escena, de esa obra maestra de Cuerda "Los girasoles ciegos" "Amanece que no es poco", en la que uno de los labriegos cuando terminada la jornada se sienta a liarse un cigarrillo y a hablar con su calabaza, agradeciéndole su compañía y amistad a lo largo de los años y confesándole su amor más profundo; Hagan memoria (o "hagan youtube", ¡"yutubeen" a su gusto!) y me tienen a mi caminando por esas avenidas, pero de la mano de un sombrero en lugar de la de una calabaza.

Para convertir una historia muy larga, y con demasiados nombres y apellidos, en un resumen aceptable para Vds. y para mi naturaleza esquiva a caer excesivamente en un sentimentalismo demasiado empalagoso en el que estoy viendo que me voy a hundir, les contaré brevemente cómo lo conseguí:

De una pareja de amigos italianos, Serena y Sandro; él tenía una pequeña colección de sombreros (unos 17) y una tarde yendo a la inauguración de una exposición de ella (Serena es artista), él llevaba un sombrero que se acababa de comprar y del que me enamore en el mismo momento en que lo vi. Recuerdo que tuve la envidia, por envolver y presentar el sentimiento de alguna manera, de ese sombrero durante un par de semanas pero la vida siguió y el tema, lógicamente, pasó al supuesto "olvido".

El caso es que pasados unos meses llegamos a las navidades del 2002 (creo...) y fue entonces cuando esta pareja, viendo que yo iba a pasar la Nochevieja solo (ni hubiera sido la primera vez, ni hubiera sido la última...), me insistieron tanto para que fuera a cenar con ellos y sus amigos a su casa que llegó un momento en que no podía decirles que no sin quedar mal.

La cena, la compañía y el vino, dieron paso a los licores y a las charla de sobremesa con el personal. Entonces salió el tema del sombrero en medio de uno de los rifirrafes que soliamos mantener Sandro y yo, y con un par de chascarrillos comunes cruzados, que no les voy a contar, y añadiendo el buen humor y la generosidad de esta pareja me encontré con que me lo regaron. El primer sorprendido fuí yo, no se crean.

Desde entonces lo he llevado intermitentemente, durante varios meses seguidos, varios inviernos, en alguna ocasión especial, un par de días, una tarde lluviosa etc.

El llevar sombrero no ha sido nunca un hábito que asimilo, una seña de identidad propia en la que me reconozco, pero caigo en la cuenta que llevar "mi sombrero" de vez en cuando si que lo ha sido, y sí que lo sigue siendo aún hasta hoy.

Caigo en la cuenta también del respeto y el cariño que siento por esta prenda y el reparo que tenía por llevarlo a limpiar; como si de alguna manera todas las noches canallas, los inviernos largos, el frio de la soledad, las lluvias de las despedidas, su bautizo accidental en un par de mares y toda la mierda de tantas cabañas y tan pocos palacios fuera a desaparecer dándole un repaso aún tan necesario; Como si me fueran a quitar unos recuerdos que aunque no frecuento muy a menudo, precisamente por mi tendencia a la melancolía, me pertenecen y es el único patrimonio, aún tan fugaz, que me siento inclinado a defender.



Ahora lo vuelvo a mirar y veo todos los desperfectos que ya tiene el fieltro, la cinta de plumas con tantas calvas (que nunca me ha gustado pero que no me atrevería por nada del mundo a cambiar...), la doblez del ala derecha de tanto quitármelo y ponérmelo, la cinta interior deshilachándose poco a poco... y comprendo que ya no podría parecerme tan bonito sin esa mezcla de rotos que prácticamente hemos ido creando entre los dos, como dos novios, y que están hechos de tiempo, y que en su conjunto son belleza.

¡Yo, sombrero, yo te quiero!.



P.S:



No se confundan, esto no es un sombrero: es otra cosa diferente.

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