Como no todo van a ser "grandes viñetas" y además tengo el día un poco tonto, recuperamos otra entrada del desaparecido Café Cadáver; en concreto la primera colaboración que hice con ellos, gracias por su amabilidad, para su "Especial Zombi". Colaboración con sus bellas ilustraciones y sus letras, acentos, comas y adjetivos a veces mejor puestos a veces menos.
En otro orden de cosas, a modo de postdata, les recomiendo pasarse por mi otra casa (ya saben Gamesajare) para ver el delirio de esta semana, que se titula "Los Misters también lloran"; es tremendamente "Ajare", como nosotros decimos y cuatro de cada cinco dentistas recomiendan, pero sobre todo ilustra a la perfección lo duro que es ser mister de colores y no tener salud, dinero ni amor pero tener varios alter egos con aficiones diferentes, cuando no encontradas. Cuídense y disfruten del fin
-Revolucionarios VS reaccionarios.
Dedicado a Manel Loureiro por su pasión y esfuerzo a la hora de dar a conocer a través de su prosa otras obras del género no traducidas al español. Los eternos adolescentes, gregarios y monolingües, se lo agradecen.
Si hacen click la cosa se amplia un primor.
La momia está más seca que la mojama desde que cualquier ciudadano que se precie practica el turismo rampante, y por lo tanto puede aburrirse a su gusto en cualquier museo del mundo; así que trotando por los pasillos dedicados a la colección del Antiguo Egipto, entre bostezo y bostezo, después de hacer las cuatro fotos con flash prohibidas de rigor y viendo que no, que la pobre ni se levanta enfurecida ni les lanza una maldición horripilante, ni aun cuando le menean furiosamente y a placer la vitrina donde está tan tranquila en su sarcófago, le pierden el respeto y se chotean alegremente de ella.
El hombre lobo y su primo Mr. Hyde se han reformado. Se acabaron las reyertas tontas, el mundillo del puterío y la canalla, los bastonazos gratuitos o las matanzas peludas a troche y moche; La luna lunera ya no es ni misteriosa ni mágica, está bien pateada, con bandera incluida, y el peludo ha resultado ser un pobre enfermo mental, como Mr. Hyde que además tiene un gravísimo problema con las drogas. Gracias a media docena de años en psicoterapia y una medicación adecuada, ambos han podido aprender a controlar sus inclinaciones violentas, indecentes y asociales y pasar a ser ciudadanos responsables y útiles para la sociedad: como guardabosques uno y como vendedor de seguros el otro.
Brujas, satanistas, diablos cojuelos y posesos de todo tipo trabajan en tiendas de medicina “alternativa”, casas del terror, de informáticos de empresa o de psicopedagogos y abren consultas de lectura de tarot y chacras a docenas. Sus vecinos generalmente dicen que son gente de lo más formal, atenta, encantadora y que además el ligero olor a azufre es mucho mejor que el tufo a Ducados que deja en la escalera el salvaje asesino cancerígeno del 2º Izq.
La criatura de la laguna negra, lleva muchos años muerta. Aquellos residuos y poluciones que daban nombre y color al lugar, y que le producían violentas urticarias, resultaron ser más peligrosas de lo que la pobre se pensaba en un principio; acabó con un cáncer que se le caían las escamas por las esquinas y que se la llevó a la otra laguna en cuestión de meses. No somos nada.
Los mad Doktors independientes, tan geniales como peligrosos, hartos de las penosas condiciones de trabajo en junglas y castillos, del acoso constante de campesinos paletos y de las traiciones y errores de sus ayudantes generalmente cheposos, han cerrado el chiringuito y han fichado por lo seguro: Unos por el ejercito otros por multinacionales, todos contentos. Virus horripilantes, engendros genéticos y experimentos catastróficos llevan copyright desde hace muchos años y se venden a precio de oro en las ferias y congresos del ramo.
El vampiro, conde diabólico y terrorífico, ha terminado por colgar la capa y abandonar título y castillo; se ha mudado a un coqueto ático en la gran ciudad, se mezcla con el populacho y ha pasado de depredar mozuelas de buen ver y masticar yugulares por doquier a tomarse lo que le quede de eternidad con calma, con menos sobresaltos y disgustos. Hoy por hoy se entretiene escribiendo poemas de amor y haciendo carantoñas románticas a las adolescentes problemáticas más ligeras de cascos y bobas.
Nuestros queridos alienígenas ya no buscan mujeres fáciles, ganado vacuno barato, ni exterminios planetarios; ahora su mensaje es un mensaje de paz intergaláctica y de esperanza cósmica. Están más interesados en la comunión con sus hermanos terráqueos y en explorar sus cavidades anales, especialmente las de los miembros y miembras de las asociaciones y hermandades cósmico-druídicas, que en conquistar el planeta Tierra y cepillarse a base de rayo laser, o positrónico, o trifásico a tanto humano cretino. Ni siquiera “chupan” ya cabras; se han hecho todos vegetarianos, por el qué dirán, y se alimentan con gazpachos y minestrones.
Como ven la cosa está tan desnatada y jodida en el mundillo del arquetipo monstruoso que hasta el sacamantecas del pueblo es hoy en día Concejal de Cultura. Por suerte el zombi moderno, ya saben, el cadáver ambulante con pasión por la carne cruda preferiblemente humana, se resiste, quizá por ser el último fichaje de la galería de los horrores y sigue manteniendo una buena salud mental. Tiempo al tiempo.
El zombi sin embargo engaña, parece ser el monstruo más accesible y comprensible de toda la barraca de sombras y engendros que pueblan nuestras imaginaciones más morbosas pero no lo es en absoluto, es una creación bastante compleja, por aglutinante y por su potencia.
Si goza de tanta actualidad y éxito comercial es porque representa perfectamente el popurrí de miedos y fobias con las que sobrevivimos y desayunamos cotidianamente, unos más que otros, en estos tiempos que nos han tocado vivir: alienación, locura, perdida de la individualidad, miedo a la enfermedad, al dolor, a la vejez, a la muerte, miedo al otro, miedo al caos etc...
El zombi toquetea muchos de los miedos más íntimos, complejo de castración incluido (toda antropofagia reprimida lo es). El miedo a la locura, el miedo a perderse en sí mismo, a no ser responsable de los propios actos, a ser un extraño a sí mismo, a hacer daño a los seres queridos…
El zombi no conoce convenciones sociales, moral alguna. Para una sociedad en que la muerte ha llegado a ser “antinatural” y la arruga es de tan mal gusto que es motivo de vergüenza el que un cadáver podrido se pasee alegremente pegando mordiscos a diestro y siniestro tiene su guasa.
Si el zombi del vudú original es una víctima del “control social”, el esclavismo y la manipulación; el zombi moderno es su reverso: la pesadilla del caos y la caída de Roma.
Del totentanz medieval que iguala a todos, emperadores o mendigos, y que les representa bailando frenéticamente, los (re)anima, con la música tocada por la guadaña implacable, pasamos a las estampitas fílmicas modernas en las que una multitud de cadáveres se pasea sin rumbo por las calles desiertas de nuestras ciudades.
El zombi trae un nuevo orden, un “anti-orden”. Un mundo en el que cualquier sociedad, cualquier civilización, cualquier vestigio de humanidad es un anacronismo sin sentido: El zombi es el fin de la Historia. El ser humano simplemente sobra.
El hecho de que el fetiche de origen místico-divino contra la monstruosidad al uso, estacas, crucifijos, plata, conjuros y oraciones etc.… no valgan de nada, demuestran que el zombi es un materialista radical y un escéptico. Un marxista de pro me atrevería a decir.
El zombi no sabe de fetiches ni de supercherías, es puro mecanismo, puro automatismo, y por lo tanto sólo la respuesta física, como la bala en el cerebro o el porrazo rompe cráneos, logra detenerlo, Eliminarlo, desanimarlo si quieren, destruyendo el órgano donde se cobija la razón y la consciencia, que son funciones ajenas a la naturaleza del zombi; todo un ejercicio de ironía.
Déjenme subrayar un aspecto que yo considero fundamental a la hora de entender mejor a estos cadáveres tan animados:
Si partimos que la única igualdad posible es la igualdad en la muerte y que el negarse a morir es la transgresión por excelencia no nos queda más remedio que afirmar que el zombi es un rebelde y un revolucionario. Su pérdida de identidad, su “caída” en la igualdad de la masa no es sólo el precio a pagar por la transgresión sino que es su mismo evangelio.
El miedo más profundo con respecto al zombi viene sobre todo del miedo al cambio, el miedo a que lo antinatural deje de serlo y se convierta en norma. El miedo si se quiere a convertirse en minoría. El miedo a que el “orden” se trastorne y que lo dionisiaco tome el lugar de lo apolíneo, que Thanatos venza definitivamente a Eros.
Pero si el zombi es heraldo del nuevo orden, el “superviviente”, esa minoría silenciosa, sería su reverso: el reaccionario.
En este nuevo orden los vivos del montón, los supervivientes, siempre serán los reaccionarios, los contrarrevolucionarios y los inadaptados. La “leyenda”.
Los que se niegan a aceptar el cambio de paradigma y en muchos casos simplifican la situación en la que están inmersos como “algo pasajero”, con el deseo de que “las cosas vuelvan a ser lo que fueron”. Una nostalgia tan malsana como perniciosa. Nostalgia del Imperio Austro-Húngaro.
El superviviente, armado y peligroso, como primer reflejo tiende a querer perpetuar los mecanismos sociales que son precisamente los que le llevan a su perdición: clases, valores, pasiones, prejuicios…
Sus intentos de supervivencia son inútiles, pero se empeñan en refugiarse, más de la locura y de sí mismos que del mordisco inevitable, en pequeños oasis absurdos, pequeñas rarezas condenadas al fracaso que recrean y perpetúan las pequeñas miserias del mundo que conocieron y que ya no es: El centro comercial, la base militar, la ciudad fortaleza no son más que monumentos funerarios en los que los pocos vivos que quedan se empeñan a jugar a seguir vivos, a intentar imitar los que un día fueron en un mundo perdido para ellos.
Su sistema de valores se desmorona y son incapaces de comprenderlo, su afán ciego por sobrevivir les lleva a cometer todo tipo de brutalidades, a perder en el camino todo lo que pretenden salvar. El superviviente es sobre todo víctima de si mismo.
Es además profundamente disfuncional, no sólo su civilización se ha extinguido, su técnica lo ha hecho con ella: Sus maquinas se estropean, dejan de funcionar, y ellos carecen del conocimiento y el combustible para que funcionen; simplemente nadie sabe cómo arreglarlas; fix it, arréglalo, es una acertada exhortación siempre presente en las mejores películas del género. La máquina como la situación no tiene arreglo posible.
El ser humano en el nuevo mundo del zombi es menos que humano, o más que humano. No se “purifica”, no aprende, no se adapta; se vuelve más brutal y primario, más sucio, más vengativo y más peligroso. Mientras que el zombi es el hombre evolucionado, el ser humano vivo acusa una metamorfosis a la inversa, una involución: deja que sus pasiones más primarias lo venzan, se entrega al pánico, al odio, a la matanza, a los pequeños rencores, a la codicia...Se acerca más al animal que su antagonista el zombi ajeno por completo a las pasiones.
Viendo el futuro que le espera, el superviviente podría estar a la altura del héroe trágico, luchar contra el destino a pesar de conocerlo; pero generalmente termina por deslizarse hacia el otro extremo, el extremo mezquino, hacia la figura del antihéroe, que es tan ineficaz como el héroe en sus batallas pero sin la dignidad de éste.
Yo les aconsejo que no sean inmovilistas, que demuestren además que tienen buen gusto y que se olviden de la supervivencia y empiecen a pensar en la integración inevitable. ¡Bailen sobre su propia tumba alegremente! Yes we can!
Hagan click para ampliar si les da por ahí.
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